Reza el adagio que segundas partes nunca fueron buenas, infundada leyenda cuya veracidad, no obstante, suscribiría a voz en grito más de una celebridad; pero más raro aún entre dichos sujetos es tener el privilegio de sobrevivir al tercer acto y poder contarlo. Y eso es parte de lo que convierte la accidentada singladura vital de Brian Wilson en una epopeya tan sorprendentemente asombrosa. Cofundador de los Beach Boys, Wilson compuso buena parte de la atemporal banda sonora del pop más lisérgico en los años sesenta. Con especial cuidado en la armonización de sus canciones y exquisito paladar para la instrumentación, las letras de sus canciones nos transportan desde su más indolente vitalismo playero y asilvestrado jipismo a las vertiginosas simas por las que se precipitara, en caída libre.