Los Gizzard no se andan con chiquitas: mientras daban los toques finales a su álbum doble Omnium Gatherum, Stu Mackenzie y sus compañeros ya habían empezado a darle vueltas a su siguiente disco. El single «The Dripping Tap» de Omnium Gatherum echó a andar como un puñado de ideas y riffs que surgieron durante las pruebas de sonido prepandémicas y demos que grabaron durante el confinamiento. En cambio, para este nuevo disco, el grupo empezó de cero, sin canciones ni ideas anteriores. Querían que la música fuera una creación conjunta y que fuera surgiendo de la colaboración de todos en el estudio. «El primer día lo único que teníamos eran siete títulos», comenta Mackenzie. «Tengo una lista en el móvil donde voy apuntando ideas que se me ocurren para nombres de canciones. La mayoría no la usamos, pero hay muchas palabras o frases que encajan perfectamente en el universo de King Gizzard». Mackenzie escogió siete títulos que «tenían rollo» y le asignó un valor en función de su tempo musical. También se decidió que cada una de las canciones seguiría uno de los siete modos musicales clásicos: jónico, dórico, frigio, lidio, mixolidio, eólico y locrio.
El grupo se encerró durante siete días y grabó montones de horas de jams, con un día dedicado a cada modo y tempo (BPM). «Cada día iba variando el rollo porque partíamos de una escala y un tempo diferentes», explica Mackenzie. «Llegábamos al estudio, montábamos todo, empezábamos con el tempo correspondiente y nos dejábamos llevar. Sin ideas preconcebidas, sin conceptos, sin canciones. Después de unos 45 minutos, cambiábamos los instrumentos y volvíamos a la carga». Al terminar la jornada solían tener cuatro o cinco horas de nuevas grabaciones. Cuando terminaron las sesiones, Mackenzie escuchó el material y fue mezclándolo para conseguir las canciones que se escuchan en el vigesimoprimer álbum de estudio de King Gizzard & The Lizard Wizard, Ice, Death, Planets, Lungs, Mushrooms And Lava (las iniciales del título IDPLMAL hacen referencia a cada uno de los siete modos musicales clásicos). A continuación el grupo grabó flautas, órganos, percusión y más guitarras, y empezaron a escribir las letras juntos. «Trabajábamos con un documento en Google al que podíamos acceder todos», cuenta Mackenzie. «Mis compañeros fueron escribiendo las letras y a mí me tocó ir uniéndolas para crear cada una de las composiciones».
El resultado de este proceso creativo tan radical y experimental es una de las producciones más densas e impredecibles de un grupo que se caracteriza por ahondar en lo inesperado en trabajos llenos de matices y teoremas. No se requieren conocimientos sobre modos musicales de la Grecia clásica para disfrutar de esta nueva aventura sónica.
