El grupo bielorruso de post-punk/synth pop Molchat Doma siempre
ha exudado el tipo de estética brutalista de la arquitectura que
adorna la carátula de su álbum, y un sonido como de copia pirata
de tercera generación de grabaciones prohibidas del Bloque del
Este realizadas después de que algunas entradas clave del
catálogo de Factory Records fueran introducidas de contrabando
desde Occidente. Es frío, gris, imponente, industrial y, sin embargo,
hay corazones humanos latiendo dentro de esos cimientos. A raíz
de su gran éxito en 2020, el trío vivó una miriada de experiencias,
desde el punto más bajo de una vida desarraigada y la
reubicación forzada lejos de su Minsk natal hasta la cúspide de
encabezar espectáculos masivos en todo el mundo. Fue en este
espacio mental cuando la banda se instaló en su nuevo hogar de
Los Ángeles para terminar de escribir su cuarto álbum Belaya
Polosa, incorporando a su sonido nuevas texturas, en un testimonio
del cambio en tiempos difíciles, una carta de amor al pulso digital
de los 90 y una reinvención en tecnicolor de sus sombríos himnos
para pista de baile.